Año tras año, como el devoto que acude a misa cada domingo,
acudimos (a poder ser en pareja) al estreno de la última película de Woody
Allen. En plena crisis y autocrítica de todos los agentes de la industria
cinematográfica, en la que nos planteamos si las salas de exhibición siguen
teniendo sentido en esta nueva era digital, nos cuestionamos si es demasiado caro ver un film en pantalla
grande o simplemente dudamos de si esta película ya la hemos visto, en medio de
todo esto, en ocasiones pienso que el cine no puede morir mientras se sigan
estrenando largometrajes de Woody Allen. Y me pregunto como sería ir al cine
sabiendo que ese año no tendrás una nueva dosis del señor Allen. Por el
momento, a sus 77 años de edad, parece que goza de buena salud y ya monta su
estreno de 2014: Magic in the moonlight. Pero antes, debíamos recuperar las
buenas sensaciones después del varapalo de A Roma con amor demostrando que
habiendo dejando atrás su juventud, y sin perder su vitalidad, al neoyorquino
se le dan mucho mejor las tragicomedias.
Blue Jasmine nos sumerge en la mirada de Jasmine, en su
tragedia y en su locura para a través de la mujer interpretada por Cate
Blanchett, hablarnos de la crisis sin la necesidad de tener que mencionarla en
ningún momento. Asombra la facilidad con la que Allen es capaz de trazar
paralelismos con la situación económica y la voluntad de hablar de ello
pudiendo a su edad y en su privilegiada situación tratar cualquier otro tema
vital. No es otra señal de que es un cineasta comprometido con su tiempo. Y
siempre lo ha sido, porqué en Blue Jasmine, utiliza el mecanismo ya utilizado
en films como Poderosa Afrodita, Si la cosa funciona o Match Point de
contraponer en pantalla la lucha de clases mediante la caricaturización de las
favorecidas, la burguesía y las clases más populares. El espectador logra reírse de ricos y pobres
a través de la hiperbolización de todos los personajes representados.
Sentado en mi butaca, no pude evitar prestar atención a las
risas de los espectadores, ya que los momentos cómicos de Blue Jasmine no son
pocos. Pude analizar que las risas del público eran mayores cuando los
personajes caricaturizados de paletos, el prometido de la hermana de Jasmine, se
dejaban en evidencia. En cambio, cuando era Jasmine la que sufría algún ataque
de pija millonaria, las reacciones eran más bien murmullos. Supongo que este
hecho no es generalizado, y que más bien tuvo que ver con el público de aquella
sesión. Pero me gusta destacarlo porque creo que va ligado al discurso de la
película. Blue Jasmine nos presenta la confrontación de alguien adinerado que
pierde ese estatus (Jasmine) y la de los nuevos ricos. La hermana de Jasmine y
su fallido matrimonio representan la rápida irrupción de la clase media,
simbolizado en su poder obtenido gracias a la lotería, y el no haber sabido
mantener ese poder, perdido a causa de alguien de mayor poder, el marido de
Jasmine en este caso. A la conclusión que llego, es que el mismo Woody Allen, a
modo buñueliano, habla de estafadores y estafados, y de que igual, esos
espectadores que me acompañaban, esos nuevos ricos, deberían comenzar a
sentirse estafados.
A estas alturas, no creo que el deseo de Woody Allen sea
despertar conciencias, pero no queda duda que utiliza la tragedia para plantear
dudas y que la película no es más que el micrófono de alguien que tiene algo
que decir en este territorio de inestabilidad en el que vivimos.
Es importante destacar que el protagonismo absoluto vuelva a
ser para un personaje femenino, algo muy extraño de ver en su cine. Aunque no
lo debería ser tanto teniendo el cuenta el trato que da a sus musas y el cariño
con que las filma. En esta ocasión, Cate Blanchett sostiene toda la narración.
Y lo consigue por dos razones: porqué está esplendida en ese papel de mujer
sumisa desarraigada y gracias al montaje paralelo de dos líneas temporales.
Gracias al acierto de intercalar flashback con presente mantiene al espectador
activo juntando cual rompecabezas la información que el autor economiza
magistralmente. La película está plagada de blancos en su línea temporal y
mediante la palabra o mediante el uso recurrente de flashback, completaremos el
relato a su debido momento, respetando siempre los tiempos dramáticos.
Aspectos de menor importancia que afectan en menor medida al
sabor que deja Blue Jasmine son la presencia de Alec Baldwin en su papel de
eterno mujeriego y la trama del hijo de Jasmine, llega a chirriar un poco que
se pase con tanta facilidad de ser el primero de la clase en económicas en Harvard
a vender instrumentos de segunda mano en un local. Son aspectos que ni mucho menos ensombrecen el
film. Y si lo hicieran, bastaría con recordar la maravillosa melodía de Blue
Moon y la ya clásica cálida fotografía de en esta ocasión el director de
fotografía vasco Javier Aguirresarobe para cerrar los ojos y entonar en voz
alta: hasta el año que viene señor Allen.