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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Blue Jasmine: No es un año más en su filmografía.

Año tras año, como el devoto que acude a misa cada domingo, acudimos (a poder ser en pareja) al estreno de la última película de Woody Allen. En plena crisis y autocrítica de todos los agentes de la industria cinematográfica, en la que nos planteamos si las salas de exhibición siguen teniendo sentido en esta nueva era digital, nos cuestionamos  si es demasiado caro ver un film en pantalla grande o simplemente dudamos de si esta película ya la hemos visto, en medio de todo esto, en ocasiones pienso que el cine no puede morir mientras se sigan estrenando largometrajes de Woody Allen. Y me pregunto como sería ir al cine sabiendo que ese año no tendrás una nueva dosis del señor Allen. Por el momento, a sus 77 años de edad, parece que goza de buena salud y ya monta su estreno de 2014: Magic in the moonlight. Pero antes, debíamos recuperar las buenas sensaciones después del varapalo de A Roma con amor demostrando que habiendo dejando atrás su juventud, y sin perder su vitalidad, al neoyorquino se le dan mucho mejor las tragicomedias.




Blue Jasmine nos sumerge en la mirada de Jasmine, en su tragedia y en su locura para a través de la mujer interpretada por Cate Blanchett, hablarnos de la crisis sin la necesidad de tener que mencionarla en ningún momento. Asombra la facilidad con la que Allen es capaz de trazar paralelismos con la situación económica y la voluntad de hablar de ello pudiendo a su edad y en su privilegiada situación tratar cualquier otro tema vital. No es otra señal de que es un cineasta comprometido con su tiempo. Y siempre lo ha sido, porqué en Blue Jasmine, utiliza el mecanismo ya utilizado en films como Poderosa Afrodita, Si la cosa funciona o Match Point de contraponer en pantalla la lucha de clases mediante la caricaturización de las favorecidas, la burguesía y las clases más populares.  El espectador logra reírse de ricos y pobres a través de la hiperbolización de todos los personajes representados.




Sentado en mi butaca, no pude evitar prestar atención a las risas de los espectadores, ya que los momentos cómicos de Blue Jasmine no son pocos. Pude analizar que las risas del público eran mayores cuando los personajes caricaturizados de paletos, el prometido de la hermana de Jasmine, se dejaban en evidencia. En cambio, cuando era Jasmine la que sufría algún ataque de pija millonaria, las reacciones eran más bien murmullos. Supongo que este hecho no es generalizado, y que más bien tuvo que ver con el público de aquella sesión. Pero me gusta destacarlo porque creo que va ligado al discurso de la película. Blue Jasmine nos presenta la confrontación de alguien adinerado que pierde ese estatus (Jasmine) y la de los nuevos ricos. La hermana de Jasmine y su fallido matrimonio representan la rápida irrupción de la clase media, simbolizado en su poder obtenido gracias a la lotería, y el no haber sabido mantener ese poder, perdido a causa de alguien de mayor poder, el marido de Jasmine en este caso. A la conclusión que llego, es que el mismo Woody Allen, a modo buñueliano, habla de estafadores y estafados, y de que igual, esos espectadores que me acompañaban, esos nuevos ricos, deberían comenzar a sentirse estafados.



A estas alturas, no creo que el deseo de Woody Allen sea despertar conciencias, pero no queda duda que utiliza la tragedia para plantear dudas y que la película no es más que el micrófono de alguien que tiene algo que decir en este territorio de inestabilidad en el que vivimos.




Es importante destacar que el protagonismo absoluto vuelva a ser para un personaje femenino, algo muy extraño de ver en su cine. Aunque no lo debería ser tanto teniendo el cuenta el trato que da a sus musas y el cariño con que las filma. En esta ocasión, Cate Blanchett sostiene toda la narración. Y lo consigue por dos razones: porqué está esplendida en ese papel de mujer sumisa desarraigada y gracias al montaje paralelo de dos líneas temporales. Gracias al acierto de intercalar flashback con presente mantiene al espectador activo juntando cual rompecabezas la información que el autor economiza magistralmente. La película está plagada de blancos en su línea temporal y mediante la palabra o mediante el uso recurrente de flashback, completaremos el relato a su debido momento, respetando siempre los tiempos dramáticos.



Aspectos de menor importancia que afectan en menor medida al sabor que deja Blue Jasmine son la presencia de Alec Baldwin en su papel de eterno mujeriego y la trama del hijo de Jasmine, llega a chirriar un poco que se pase con tanta facilidad de ser el primero de la clase en económicas en Harvard a vender instrumentos de segunda mano en un local.  Son aspectos que ni mucho menos ensombrecen el film. Y si lo hicieran, bastaría con recordar la maravillosa melodía de Blue Moon y la ya clásica cálida fotografía de en esta ocasión el director de fotografía vasco Javier Aguirresarobe para cerrar los ojos y entonar en voz alta: hasta el año que viene señor Allen.