El cine italiano, desde
siempre, ha basado sus historias en su presente y pasado nacional, lanzando una
mirada de puertas hacia dentro y proyectando al mundo su identidad. Matteo
Garrone ya nos habló de una faceta de Italia mil veces explorada por el cine
como lo es la mafia en Gomorra. Con Reality, Garrone se adentra en una
típica familia napolitana para mostrar los estragos que la sociedad ideada por
Berlusconi alrededor de la neotelevisión y sus medios de entretenimiento han
provocado.
El inicio nos enlaza
con los cineastas a los que tanto debe Garrone. Un helicóptero nos transporta a
la ciudad de Nápoles, la cámara nos guía a una carroza de época que a su vez
nos conduce a una boda en la que todos los invitados visten ropajes del siglo
XVI. ¿Qué año visualizamos? El efecto es extraño, no es un film de Visconti y
las mujeres voluptuosas que no dejan de deambular por la pantalla no son de un
film de Fellini. Garrone conecta así el presente (la consecuencia) con el
pasado y los deudores de la sociedad italiana (la causa).
Tras el prologo,
conocemos a la familia de Luciano. Su esposa trabaja en un conocido centro
comercial de la ciudad y él regenta una modesta pescadería de barrio, conectando
de nuevo lo que es el pasado y el presente de las grandes ciudades. Los hijos
del padre de familia, educados por la neotelevisión, le animan a asistir al
casting de un conocido reality show propiedad de Mediaset. El buen feedback
tras el casting y la superación de la primera fase le harán asistir a una
segunda prueba celebrada en la Cinecittá (¿de veras se ha convertido en esto?).
De nuevo, Luciano sale de la prueba convencido de que el puesto en el reality
es suyo y vivirá día tras día con la obsesión de que su vida es un continuo
casting, de que lo vigilan, de que en cualquier momento llamarán a su puerta. Reality nos muestra explícitamente como
puede llegar a afectar la televisión en entornos familiares desestructurados,
en la línea de películas como Requiem for
a dream. O sin ir más lejos, el documental Videocracy, que ya nos hablaba del modelo social que ha creado
Silvio Berlusconi a través de Mediaset.
Es muy adecuado el
uso de la steadicam que hace Garrone para seguir al protagonista durante todo
el metraje, como si asistiéramos a un reality en el que nada hay de ficción. La
verdad del film es tan visible que duele. La verosimilitud se sustenta en la
elección del reparto, ya que el interprete de Luciano (Aniella Arena) es un ex
presidiario que Garrone conoció durante el rodaje de Gomorra, lo que facilita los registros interpretativos que el
director exige para el personaje de Luciano, al que podríamos clasificar como
un Tony Montana de barrio, por su deseo de ascensión social sin esfuerzo que la
televisión le puede proporcionar.
Tras alzarse con el
Gran Premio del jurado en el Festival de Cannes de 2012, la película llegó a
España catalogada como comedia… Si algún espectador ha soltado carcajadas con
el experimento de Matteo Garrone es para hacérselo mirar. Es terriblemente devastador
la ¿ilusión, sueño? de Luciano contemplando en plató del reality show, ubicado
en Roma, y adentrándose en el templo de la estupidez para perecer en él al
descubrir que son esas representaciones que la televisión nos ha creado. Platón
y su caverna nunca estuvieron más cerca. La escena viene precedida de una misa
cristiana, queriéndonos señalar en lo que se han convertido los medios de
comunicación para las sociedades contemporáneas: en religión.
El film se abre y se
cierra con un gran plano general cenital de Nápoles en su obertura y de Roma en
su conclusión, dando buena muestra del afán de retratar a una comunidad y no
únicamente a su protagonista. Luciano somos todos.